¿Cómo comprender lo que nos sucede?


El mejor lugar para resolver nuestras dudas y angustias es en la presencia de Dios.

 

El escritor bíblico estaba hundido en una crisis de fe que, seguramente, también ha tocado nuestras vidas en algún momento de nuestra vida. No sabemos por qué vino su depresión, quizás por una prueba intensa en su vida espiritual, por alguna experiencia de sufrimiento o persecución, producto de su deseo de honrar a Dios.

 

El hecho es que, fueran cuales fueran sus circunstancias personales, miró hacia la vida de los malos y vio que llevaban vidas más placenteras y fáciles que la de los justos. Los impíos no solamente son prósperos, sino que no hay congojas en su muerte. Su vigor es permanente y no tienen que esforzarse ni trabajar duro toda la vida, como lo hacen la mayoría de los mortales. Con una facilidad que tiene sabor a burla, «logran con creces los antojos del corazón» (v.7). Como si esto fuera poco, también se mueven por la vida con una arrogancia intolerable, haciendo alardes de su situación y despreciando a los que luchan día a día por subsistir.

 

La pregunta que surge es: ¿Para qué tanto esfuerzo, si estos otros logran una posición mucho más cómoda sin pasar por toda la angustia de los que intentan vivir vidas rectas y justas?

 

¿Cómo no iba el salmista a entrar en crisis? Cuánto más meditaba este asunto, más indignación sentía. ¿Para qué tanto esfuerzo y tanta fidelidad, si estos otros logran una posición mucho más cómoda sin pasar por toda la angustia de los que intentan vivir vidas rectas y justas?

 

La vida consagrada y la fidelidad constante parecen una inversión que no justifica los resultados obtenidos. Esta persona, completamente frustrada, exclamó: «Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia» (v. 13).

 

Seguramente que, en algún momento, hemos luchado con sentimientos similares. En muchas ocasiones parece que no estamos logrando nada con nuestra dedicación y devoción. Pasamos por los mismos tormentos y dolores que los malos; sufrimos las mismas flaquezas y cometemos los mismos errores. Nuestros esfuerzos por honrar a Dios parecen no hacer más que añadir complicaciones a nuestra vida. Nuestra consagración y santidad son objeto de burlas. Nuestro compromiso con el servicio está envuelto por reproches e ingratitud. ¿Quién de nosotros no se ha sentido tentado, en algún momento, a «tirar la toalla»?

 

La respuesta a nuestras dudas no se encuentra en la observación ni el análisis de la realidad que nos rodea. Al igual que el escritor del Salmo, cuánto más lo pensamos más injusto nos va a parecer la vida que nos ha tocado. El salmista nos muestra el camino a seguir: entró al santuario de Dios. Allí, en la presencia del Señor, entendió que su perspectiva estaba seriamente limitada por su condición de hombre. Dios lo llevó a otro plano, el plano de lo futuro. Fue en ese momento que el salmista pudo entender «el fin de ellos» y vio cuan cerca había llegado a una decisión fatal. Por esta razón exclamó, con gratitud: «casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos». El Señor lo hizo volver del desánimo.

 

Para meditar

  • El salmo nos deja un importante principio. Los dilemas, las dudas y las angustias de esta vida, mejor se resuelven en la presencia de Dios.
  • ¿Qué significado le das a la expresión: "entrar en la presencia de Dios", "buscar su rostro" o "entrar en Su santuario"?
  • ¿Cómo logras "entrar en la presencia de Dios"?

 

Eugenio Wolyniec